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1. |
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Que nuestras vidas sean tan efímeras
no evita la explosión que habitamos.
Que nuestro respirar sea apenas
un chispazo fugaz, inadvertido,
no borra este derrumbe sin pausa.
Que nuestro grito sea apenas un grano
de arena coronando una montaña
no frena el seísmo que la quiebra.
Así el instante deviene pausa bajo la lente.
Y es por esa capacidad de observación,
ese saber de las cosas en la lejanía más inmediata,
esa conciencia en la separación del mundo,
es por eso que acabar con una vida inocente
es el mayor fracaso posible.
Y es algo cotidiano, múltiple.
Es por eso el desplome del todo,
porque nuestro minúsculo universo caído
asume la esencia del curso que nos ignora
abandonándonos en la orilla del meandro.
Somos una gran aglomeración de arañas,
escorpiones y milpiés ayudándose a morir con furia,
escribiendo picotazos de generoso veneno
y dentelladas que desgarran el alba.
Y todo ello (hay que insistir):
apenas una centella que brilla
débil y perecedera, imperceptible al ojo del cosmos
en la estela de un cometa eterno y sin rumbo.
La vida en este planeta lucha contra sí misma
y somos sus armas, cuchilladas de pandemia.
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2. |
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Estoy segura de que los barcos anhelan
su propio náufrago al menos una vez en la vida
antes de naufragar, porque la belleza sólo
adquiere su hambre bajo la curvatura de las miradas.
Quién necesita una bomba nuclear
cuando las miradas encierran todos los holocaustos,
porque encontramos en el ruido la expresión
definitiva del silencio y en otoño,
cuando todos los árboles son clavos
y alambre de espino.
Un cúter roto y sin hoja yace desnudo
con su verdad en el asfalto, abandonado.
Su historia cumplida, su línea trazada,
su duro trabajo y su severa hambre
de gaviota en días de viento
persiguiendo los pasos pesados del tractor;
todo en el polvo y el olvido,
camino del basurero.
Imposible escribir memorias
si de la infancia solo queda piel y un termómetro,
una palabra que pidió estar toda quebrada:
un anochecer, un bocata de tortilla tras una mani.
Cómo salvar esa distancia.
Y ¡qué afan de salvar la distancia!
Como por estar en peligro de extinción:
quizá porque sin ella no existiría el anhelo,
no saltaría de su nido el viaje.
Qué absurda insistencia en ese rescate
que nos marchita, en ese buscar una lágrima
ajena que justifique las nuestras.
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3. |
Pareidolia
00:59
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Qué avarienta necesidad, egoista
de ver ojos y lágrimas en los ríos,
historias en los caminos,
susurros en las arenas;
qué ansia de pareidolia constante,
qué afán de estar en medio de todo,
manchando con nuestra presencia
hasta lo imposible —por inmaterial—
de ser manchado;
qué forma más rastrera de ponernos
siempre delante y encima del mundo,
pensar que hay una música exclusiva
donde sólo hay casualidades dictadas.
Qué ansiedad cobarde e hipócrita
de negar un dios cara a la galería,
y buscarlo desesperados y de soslayo
en cuanto ondulan campos de cereal,
cantan aves en un cañón segoviano,
nos parece exclusivo un ángulo de luz
sobre los tejados, a través de las hojas.
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4. |
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Cuando la gente duerme rugen las bestias;
las madrugadas ya no me arropan,
las madrugadas sólo me señalan,
me empujan a un búnker.
Así es: siempre entre las ruinas grises
relucen con más color las medallas de la guerra.
Frente al asesinato un almendro florido,
como si así cambiaran las cosas.
Escapar del abismo escribiendo entonces,
suerte de liebre y su nube rápida
pero condenada huyendo del galgo:
versos inútiles como querer llegar al mar.
Para qué necesita el ciempiés tantas patas
si no puede escapar de su propio veneno.
Tengo tanta sed como un cielo que muere.
Tenemos un horizonte de cuchara.
En las noches se dispone una caja redoblando
en el centro de mi pecho con su eco en mi nuca;
en los días cruzo campos saltando
sobre las cuerdas destensadas
de las primeras hormigas de la primavera.
Hubo una época en la que parecía posible
escapar del mundo de vientre en vientre.
Hubo una época en la que cruzar Madrid
era remar sin miedo en una barca diminuta
entre colosales olas, como volcanes.
Si en Madrid hay cormoranes y gaviotas
por qué no ha de haber playas y océanos
y nuevas tierras por descubrir.
Pero es inútil querer refugiarse
en las selvas y costas
buscando una paz determinada,
imposible entre los cadáveres de hijos
despeñados de sus nidos por su propia madre.
Los propósitos de año nuevo explican nuestro fracaso.
Hay un propósito de año nuevo
en cada verso que comenzamos
y en cada uno de sus finales posibles
se cierra el ciclo de la derrota
sobre el que construimos pequeñas victorias.
Ser poeta es igual a abrir o cerrar espacios
o ignorar su mismo concepto.
La poesía lo es todo y es nada.
La poesía de Schroedinger.
Incomprensible como cualquier gato y su absurdo.
Inescrutable al igual que este corazón
de caida pesada de maza en bombo,
atrincherado y triste,
que no espera otra cosa de la mañana
que recogerse de nuevo al anochecer
—asustado y sin plan de ruta—
cuando rujan las bestias.
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5. |
Taracea
01:18
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El planeta se presenta azul y verde,
algunas canas blancas en sus trillos de nubes,
parches de tierra en desiertos de café.
No parece tan negro
en la oscuridad del cosmos.
Somos una cuenta de collar perdida
y con esto puedo olvidar mis lágrimas.
Es curiosa esta caída
que parece un cielo prometiendo estrellas.
Quizá ese ofertar un cometa,
sugerir la posibilidad de una enana roja
ya debiera habernos puesto en alerta.
La otra orilla siempre será la que deseemos.
Al otro lado del río sigue estando nuestro lado.
Si fuéramos árboles
muchos no tendríamos sombra
o raíces o celulosa para un nuevo libro.
Se están disparando tantos futuros
desde todas partes y hacia tantas direcciones
que el cielo es una taracea de pasados.
Ya decaen las esperanzas,
ya sólo el desengaño nos ayuda
a buscar asideros.
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6. |
Qué mierda de época esta
01:16
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Vivo en una época en la que ser puta
se considera una forma de lucha.
Vivo en un tiempo en el que lesbianas
vuelven a chupar pollas por miedo al qué dirán.
Vivo en una época en la que siglas comunistas
entrenan, arman y financian a ejércitos nazis.
Vivo en un tiempo en el que llaman realpolitik
a la genuflexión y la lamida de orto al banquero.
Vivo en una época en la que las tiritas y la terapia
alimentan a quien roba plusvalía.
Vivo en un tiempo en el que no hay sitio para nadie
pero las puertas están abiertas para todos.
Vivo en una época en la que el mal menor
es el mayor de todos los males.
Vivo en un tiempo en el que no tenemos nada
pero nos creemos los dueños de todo.
Vivo en una época en la que no sé
si golpear o escribir un verso,
o hacer las dos cosas a la vez, o no mover un dedo.
Vivo en un tiempo en el que estar muerto
tiene más valor en bolsa que seguir vivo.
Vivo en una época en la que boxeadores
vestidos de poetas vestidos de feministas
se hinchan a follar con violencia
Vivo en un tiempo en el que la suciedad
y la sangre conforman el estado natural
de las cosas y nos parece progresar.
Qué mierda de época ésta en la que vivo.
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7. |
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Cuando éramos jóvenes
y pensábamos
que el objeto de cada noche
era el arder de nuestros cuerpos
y voces a lo bonzo,
creíamos que la eternidad era posible
sólo porque podemos nombrarla.
Seguimos en ello, idiotas,
y por eso jamás perdimos la cabeza...
más bien todo un mundo hemos perdido.
Pretendemos ignorar los años y los achaques,
y la rodilla y el tobillo,
y ese olvidarse las razones (por lejanas)
que no dejan de ilustrarnos.
Toda la vida cuidando los dientes
a cepillo, comiendo sin ganas
manzanas y sésamo,
huyendo del tabaco,
temiendo el café que no abandonamos…
para que finalmente
en una madurez muy mal llevada
acaben pudriéndosenos
los caninos de leche
que se negaron a abandonarnos.
Nuestras piernas, sus articulaciones,
van perdiendo su ansia de caminos,
su habilidad de hacer de las montañas
parte de una inmensa rayuela.
¿Hay mayor pérdida que la del tiempo,
la de todas nuestras puertas
y caminos y todo lo demás?
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8. |
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Hay cazadores que se dicen poetas,
que escriben sobre las vidas que matan.
Hay mercenarios, hay soldados
que se dicen poetas, que relatan
cómo perforan tripas sus lanzas.
Hay carnívoros que se dicen poetas,
que sonríen con la boca llena
de la sangre que trae su cuchara.
Hay poetas que se dicen poetas
y que entienden el mundo
con ladrillos de heridas
y cuerpos que se desgarran…
Y yo digo que os digáis como queráis,
que a fin de cuentas,
la poesía la hace cualquiera,
incluso quien la asesina
y la vende al oligarca.
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9. |
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sonó la alarma y amanecí muerta
y muerta desayuné
me peiné muerta
frente al espejo me vi muerta
y muerta subía al metro ese día
y muerta estuve ocho o diez horas
haciendo cosas de muertos
hasta la noche
muerta volví a casa y me dejé caer
muerta de cansancio en mi muerte
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10. |
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La vida es demasiado breve
para memorizar tus propios poemas.
Lo que escribo es un erizo imposible
de acoger en manos cómodas,
por ello acaba en un descampado
rodeado de asfalto.
El ego de los poetas es descomunal:
Pavese aseguraba que Roma no tenía recuerdos;
Benedetti separaba por grietas
a prostitutas y policías,
como si no fueran parte
de la misma picadora de carne,
como si no fueran dos caras
de una moneda de mil caras.
Y es que la poesía, finalmente,
se consume como todo:
no está por encima de las cosas,
no está por debajo de nada alguna.
Está, como todo lo que arroja sombra
o chispa o recuerdos, sometida
al capricho de manos invisibles.
Con esta ancla aún
voy a vomitar libros sin manos:
no encuentro mejor forma de rabia
y desengaño y trinchera.
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11. |
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la desesperanza habita a gran velocidad
en nuestras pantallas de colores alegres
vivimos en la agenda política de los globos
crecer ocupar invadir dominar tres dimensiones
inflarse el todo sin nada dentro de su hinchazón
salvo aire enrarecido
ningún doctorado puede controlar una erupción volcánica
y donde lo global es lo global
las generaciones son sólo tendencias
en el mercado
cómo imaginar un mundo sin trincheras
si el futuro quedó escrito
en las paredes húmedas del neolítico
y sus figuras en guerra por un valle
lo mismo que fuerza estas líneas
pretende dar forma a un futuro
ambos comparten cansancio
y una ciudad de callejones sin salida
hay un esfuerzo de maravillas
una arquitectura de sudor a través de los siglos
una maquinaria de músculos y academias
tras cada podadora de margaritas
tras un Hiroshima o un Dresden
en las siluetas de carbón en Al-Amiriya
en todo ello hay una obcecada voluntad
de secar los mares
y por ello somos fuimos seremos
náufragos sin necesidad de isla
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12. |
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salgo al amanecer
el cielo duda
entre ser naranja o ser sueño
ser una naranja o ser un sueño
o ser una puerta abierta
y yo parezco salirme del pecho
amo las nubes
amo la posibilidad
amo los caminos
que se abren sobre toda la bóveda
escucho los árboles
escucho pájaros
y de repente alguien tose
vomita sus pulmones
porque ha decidido que es libre
de seguir fumando y muriendo
sobre un petroglifo cae un chorro de diésel
y música chabacana del algoritmo de tik tok
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13. |
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La furia del otoño es suave,
con su luz de crepúsculo inmisericorde,
con el rumor de caminos tejidos
en barro y hojas doradas.
Te sientes viejo cuando te das cuenta
de que no te sientes viejo.
En aquella caja de cartón
hay trozos de mundo abandonados,
varias rocas de Sísifo olvidadas.
Coger todos los recuerdos
arracimarlos a modo de escobón,
y con ellos limpiar esta casa lo suficiente
para habitarla un día más,
que nos ahogue una noche menos.
No deja de ser curioso que sea una ausencia
lo que nos haga abandonar lugares
en busca de nuevas ausencias.
La nostalgia es la opción fácil
en el miedo y el cansancio.
En el recuerdo,
la sombra de nuestros crímenes
—que quizá no pesen medio suspiro—
es una lanzada tan seria en las entrañas,
cuando acude su recuerdo súbito
con la dentellada feroz y sin aviso.
Por otra parte, salir a correr
y que el cerebro te traiga recuerdos
que te hacen descojonarte
jodiéndote la respiración.
El tiempo tiene forma y modales
de calle mojada en ciudad de provincia,
algo así como un momento detenido,
una situación no vivida
en otra época, como en blanco y negro,
como en páginas amarillentas.
Este espacio construido en un manojo de años
es el prisma de lo que fue, es y será,
nuestra balsa en un oceáno
sólo a veces en calma,
la única balanza, el único punto de mira,
un escaso catalejo, un cuaderno efímero,
un diario condenado a estar perdido,
una canción que creemos oir a lo lejos,
lo sólido de un espejismo de río
en la sonaja de los chopos que olvidan el verano.
La furia del otoño es suave,
suaves las arrugas y el crujido
de las ramas y las articulaciones,
punzadas de dolor subiendo montañas
mientras seguimos trazando una parábola,
lanzados por dios sabe quién,
bajando nuestro vuelo
poco a poco
sin pausa
a tierra.
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14. |
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El mundo cambia con un simple click,
los calendarios son de barro,
los relojes viscosos antes que inflexibles,
el teléfono a mano es la seguridad
de que nada es seguro
porque hay siempre un mensaje a última hora.
Estar acostumbrada a que nadie me recuerde,
menos todavía entre scroll y scroll.
El terraceo es una religión
y como todas las religiones
te hace daño porque crees en ella.
El punk de los anarquistas celebra la implosión
y el rock proletario espera que las bajas sean mínimas:
por eso uno ansía el asalto a los supermercados,
el otro las banderas rusas en África,
mientras un turista espacial nos recrimina
ir a trabajar en coche a treinta kilómetros de casa
en la ciudad de los quince minutos.
Lo patético de un contrato
es su ser efímero en lo definitivo,
hoja al viento de una órbita minúscula.
Buscar un núcleo centrípeto y personal
en un alquiler miserable.
Repetir esta acción dos millones de veces.
Los jóvenes me deprimen porque son viejos;
los jóvenes de ahora son muy viejos.
Los adolescentes son la furiosa vanguardia
de una armada de tristes consumidores,
ya no muerden frutas, no trepan montañas,
prefieren erosionar el barrio
con amargura de anciano sin vuelta atrás.
Dos no se pelean si uno no quiere,
por eso una ejecución no es una pelea,
ni un contrato, ni perder tu vida
hasta las ocho de la tarde cada día
ni abrirte de piernas por un par de billetes.
Cada mañana eres Sísifo,
tan confuso que bajas al metro tu roca
en lugar de subirla a la montaña.
Nos aferramos a realidades que son imágenes.
Alimentamos árboles de plástico.
Respiramos algo que pensamos que es aire.
Habitamos un mundo que se justifica en sí.
Invertimos mapas y motores en seguir parados.
Vivimos en un reflejo.
Olvidamos todo por miedo a recordarnos.
No estamos aunque estemos.
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David San Martín Madrid, Spain
Pongo bases a cosas que escribo y que a lo mejor son poesías. Lo hago a toda leche y sin cuidado, porque mi poesía (?) es
punk.
Le robo ideas a Natalia y su mala uva.
Tiro de soundtrap y looplabs.
En mi ansia por pasar a otra cosa no corrijo lo suficiente.
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