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1. |
Anillo de bulevares
02:46
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El absurdo intento de superar la historia
desde un Starbucks.
Qué barricada podremos levantar
con un café aguado en la mano.
Más allá del borde del mundo
ha emigrado toda una generación
que sólo quería vivir donde se pone el sol.
Ahora es difícil que se pongan en marcha
los sótanos y los conciertos,
la calle está triste;
pero así es la guerra lejos de la guerra,
así son la fronteras lejos de otro país.
Nada es gratis, nada se lleva el viento
por más que soplemos velas
de cumpleaños impostados.
En el anillo de bulevares circulan tanques
aunque todos parecen taxis.
Y aunque estamos al borde de un abismo
no lo sabemos,
sólo queremos escuchar ese último eco
de lo que fuera resuena,
y quizá caigamos al vacío,
siguiendo el canto de las sirenas
que nos clavarían en la espalda
un nuevo tiralíneas
partiéndonos a la mitad, cruel y ciego,
rajando nuestras casas, lagos,
jardines de infancia, recuerdos.
Estamos a punto de rompernos
porque nos creemos indestructibles
como antaño;
porque pensamos que somos
demasiado grandes para caer,
porque confiamos en amigos
que nunca ocultaron sus puñales,
porque somos fáciles como una sonrisa
y apenas nos resta la entereza frágil
del primer hielo de octubre.
Seguimos un camino de baldosas amarillas
porque pensamos que realmente existe
la ciudad de Oz, porque creemos en la magia.
Y aquí sólo queda lo que siempre ha habido:
barro en otoño y primavera, ladrillos a la espera
de que alguien sueñe una casa abierta
pero cálida y segura.
Nada caerá del cielo salvo fósforo blanco,
bombas de racimo;
nadie regalará nada a quien espera
la lógica de los regalos mientras
se mueve a codazos por las aceras.
Por más que conspiremos
el universo no forma parte del plan;
el pan pesa más que un acorde;
un niño siempre estorba en el camino
de una perforadora;
qué demonios hacen las abuelas
que no mueren y dejan paso.
Mientras, sigue nevando:
apenas podemos abrir los ojos
a la ventisca.
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2. |
Pasolini en Karelia
09:34
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Memoria muscular del frío.
Pasolini bajo cero.
Pasolini llamando burgués
a un muchacho que duerme
en las aceras.
Tres limones españoles
que se encuentran en Finlandia
tras visitar tres países diferentes.
El frío es el silencio de las estrellas.
No hay auroras boreales
en el café de las gasolineras.
El hielo lanza un martillo
bajo nuestros pies
y todo tiembla.
Un cuadro de fractales
va creciendo en la ventana
cada noche blanca
de luna blanquísima.
En el día la urdimbre del cristal
a modo de juncos de vidrio:
la desinfección gélida se extiende
con dedos de vapor.
¿Te seguirá apareciendo tan blanca
la nieve de Finlandia, Pasolini,
tras la India, tras los indios sucios
de la India en Ghana?
Desde el cementerio acolchado de nieve
se ve el abajo donde descansa el lago helado,
donde las cornejas despiezan peces abandonados.
El lago respira con su motor de vaho
en algunas heridas de bala
abriendo su cuerpo de agua.
Recorrerlo es sudor y un temblor
que avisa con un disparo ahogado
lo cerca que estamos de dejar de estar,
como una grieta de lápiz
sobre un lienzo que se repite cada año.
Y si cantas, habrá un cuchillo de hielo
sobre los juncos como ciudades rotas
de verano que no vuelve.
Hay un milano negro muerto y rígido,
grande como un glaciar,
frente a la puerta de una escuela
vacía por vacaciones.
Estas líneas no bajan la temperatura
de quien llegue a ellas,
no tienen preguntas sin respuesta,
no albergan nada especial
más allá de su propio frío
y su sol pálido que muere a las tres,
la luz rosada de unos abetos en negativo
que cortejan calles y calzadas
escoltando los pasos y su crujido de corcho.
Somos un bando de gaviotas al andar
sobre un mar de hielo roto en el horizonte
por un viento de oro sobre las cosas,
una especie de cuchilla ocre
fundiéndose en azul pastel.
Pasolini muerto en la nieve
como en la arena de Ostia.
Pasolini en el cielo pesado de grises
y Medea huyendo en la brisa gélida,
huyendo del tiempo de los ejércitos,
escapando de las hordas negras
de la Alianza Atlántica.
Pasolini oráculo del futuro en los ojos
del joven lumpenproletariado
que lo asesinó a patadas en los cojones:
profecía en la lengua cruel del olvidado
que derrapa coches
en cada espacio abierto del planeta
cada viernes, cada sábado a la noche,
porque lo dicta el mercado
de la globalización reaccionaria
que nos devuelve al pasado y su violencia.
Ver es creer, pero despacio.
Despacio como la nieve
y con la seguridad de un cielo
que no mute en el frío.
Pasolini recuerda a Calderón y España
en las orillas gélidas que crujen
y el lago es un tambor que suena a guerra
cuando los perros ladran
–seguros en sus cadenas–
a las puertas de Rusia.
Ahora hay un misil cruzando llanuras de nieve,
hileras de abedules congelados
y la guerra parte la materia del mundo
como se parte una granada de zumo carmesí.
La luz se ha ido cuando llega.
Aparece casi como un recuerdo de sí misma.
Como diciendo:
“Eh, esto podría ser; esto he sido.
Así me recordaréis,
acaso me soñáis así a veces.
A veces todo lo que soy es este no ser,
es todo lo que deseáis,
de tal modo que todo será perfecto,
todo sería tranquilo y podría dormir:
el tiempo parado sin explosiones,
bala alguna, gritos olvidados…
un caminar despacio
que no deje huellas de sangre en la nieve”.
Atrapamos el azul,
aferramos el azul aterido,
como si una mano fuera,
una oportunidad,
el saber un camino al azul,
tan pálido y glacial…
Asimos el azul como lo hace una nube:
el afán de olvidar y detener
los pasos y los besos,
esperando que no caigan las hojas
que ya han caído semanas atrás.
En la llanura helada se esconden fracturas
que no cubre el mercurio.
Pasolini podría aquí mirar bien a lo lejos
y seguir todo estando cerca y congelado.
Miramos un mundo gélido
con ojos donde tintinean perlas
de cristal blanco y opaco.
El paisaje es una cinta nívea, regular,
circula y oscila en horizontal,
discurre paralela al tiempo de los arrabales
de Roma o Milán a través de la ventisca.
En los copos de nieve como aves
raudas y breves
el mismo calor de las playas de Ostia,
el de la poesía de un objetivo y su óptica.
El golfo de Finlandia se cuartea
en una dermis blanca y crujiente.
Quizá haya algas entre las grúas,
al salir tropezando de las cafeterías,
al topar con la nieve sucia de coches,
al resbalar en la sangre
pegada a las ruedas de un Alfa Romeo en fuga.
El hijo de un padre bien colocado,
bien ribeteado en la columna italiana
de metal tan antiguo;
el hijo menudo y fibroso
que apenas arroja sombra
sobre una llanura de cáscara de huevo.
Apenas arroja sombra;
ese apenas arrojar es suficiente
para que tiemble el mundo
con su claroscuro tan sutil y quirúrgico.
La vida es una trilogía que cruza las edades
como una ráfaga polar sobre las aguas
que configuran esta meseta helada.
En esa suerte de imperceptible oscuridad,
que acaricia los rostros y adentro,
una prostituta huye del sol
para no proyectar su sombra.
Cuando cae la enésima capa alba,
la repetida nevada, la nueva helada,
los chicos del arroyo
—con sus vidas de violencia—
aunque no tienen zapatos
se deslizan colina abajo sobre la nieve,
aplastada como el cuerpo de Pasolini,
que quiso tanto los cuerpos jóvenes
en el frío antiguo.
Se dejan caer los jóvenes niños del lumpen
entre carcajadas y navajas
porque la borrachera dura
pero no lo suficiente,
aunque el sol rojo no asome
tras su mirada arrastrada y suicida,
sin metas, sin ciclos, sin solución,
sin pronóstico que no sea
una nueva jornada en el negativo
del termómetro y el celuloide.
Pasolini registra todo a treinta bajo cero,
todo queda guardado en sus pupilas
dilatadas mirando al cielo y a la tierra,
todo descansa en secreto para siempre
en su cuerpo que reposa tan desmenuzado
tanto en Karelia como en el Lazio.
Pasolini conoce la nieve que desconocemos.
Pasolini y la nieve siempre ya.
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3. |
Tan cómodos en el vaho
01:09
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Si se llama activista probablemente
esté desactivando algo.
Hacer progresar el orden de las cosas
sigue siendo mantener el orden de las cosas,
porque toda ley tiene su trampa congénita
y consigue apagar así el fuego.
Dar un paso con valentía autorizada y papeles en regla
en un terreno incógnito que en realidad
ha sido parcelado en subasta tras talar sus bosques.
Todos esos posmodernos que temen al socialismo,
¿qué harían con sus versos
de quejas bajo el capitalismo
si el capitalismo desapareciera?
Son los primeros en la línea
de batalla contra el rojo:
porque la libertad, porque la autoridad;
y en realidad lo que desean
es seguir viviendo muy bien bajo el capitalismo
para quejarse de que el capitalismo no funciona.
Reivindican a Lorca con furia,
porque no fue Alberti ni Hernández,
porque no le dio tiempo a renegar
de una revolución,
porque están tan cómodos en el vaho,
y se sienten tan violentos
pisando la tierra..
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4. |
Las luciérnagas
01:10
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La desaparición de las luciérnagas,
del zumbido de las abejas,
entre los charcos de pis
en este vagón de metro.
Afuera la nieve y la jungla.
Arriba el exceso lumínico
y el reconocimiento facial
de las inteligencias artificiales
en una guerra tan lenta
que no la percibimos.
Una guerra donde no sabemos
qué hacer con los muertos,
esos que admiramos y quisimos:
¿Dejarlos con nosotros?
¿Resucitarlos?
¿Que descansen para siempre?
Y no, todas las novelas de Hemingway
no equilibran su balanza
con la sangre de criaturas inocentes
pesando tanto.
Cómo hablar del peso de una época
si sólo alcanzamos a ver una parte
de esta calle desde nuestras ventanas.
Todo era más fácil antes,
todo más sólido:
el pan, los obreros…
El futuro era mejor antes
porque no estábamos entonces.
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5. |
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Todo lo que soy cada día
es producto de un conflicto:
ando por no olvidarme,
leo para no perderme,
levanto pesos terribles
para olvidar lo ligero de todo,
pienso toda una música
para ahogar el ruido.
Vendo mi biblioteca
para hacer más fácil una mudanza
que nunca termina de llegar.
Brindo este sol al pasar de la vida
y las puertas que nos ofrece:
le brindo esta tarde a un hormiguero
hiperactivo y absurdo.
Quisiera escapar
como Kiko Veneno, hacia el sur,
pero es allí donde todo arde.
Intento reconciliarme con el mundo
en Tati.
No me encuentro
en este desencuentro
entre lo que somos
y lo que podemos ser.
No veo un camino sino un muladar
donde todos ignoran los huesos
malolientes y desenterrados al sol.
No entiendo esta normalidad
donde todo se sacrifica al corto plazo,
donde vivimos vidas terribles y dobladas;
esto tan cotidiano donde la lluvia es orín.
Vivo con la certeza de que el futuro
estaba más cerca hace cien años.
Avanzo como puedo,
forzado entre la inercia y la gravedad.
Tengo ganas de que llegue ya
la inteligencia artificial
donde había camioneros
y cerrar así el círculo del absurdo
con la certeza de llegar salvo a casa.
Escribo estas líneas
en la esperanza de estirar el tiempo
y que la mecánica siga su curso;
olvido que el motor está viciado
y el rumbo decidido:
este movimiento no nos acerca
a ninguna parte.
Todo lo que soy es el absurdo del ser.
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David San Martín Madrid, Spain
Pongo bases a cosas que escribo y que a lo mejor son poesías. Lo hago a toda leche y sin cuidado, porque mi poesía (?) es
punk.
Le robo ideas a Natalia y su mala uva.
Tiro de soundtrap y looplabs.
En mi ansia por pasar a otra cosa no corrijo lo suficiente.
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