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1.
El absurdo intento de superar la historia desde un Starbucks. Qué barricada podremos levantar con un café aguado en la mano. Más allá del borde del mundo ha emigrado toda una generación que sólo quería vivir donde se pone el sol. Ahora es difícil que se pongan en marcha los sótanos y los conciertos, la calle está triste; pero así es la guerra lejos de la guerra, así son la fronteras lejos de otro país. Nada es gratis, nada se lleva el viento por más que soplemos velas de cumpleaños impostados. En el anillo de bulevares circulan tanques aunque todos parecen taxis. Y aunque estamos al borde de un abismo no lo sabemos, sólo queremos escuchar ese último eco de lo que fuera resuena, y quizá caigamos al vacío, siguiendo el canto de las sirenas que nos clavarían en la espalda un nuevo tiralíneas partiéndonos a la mitad, cruel y ciego, rajando nuestras casas, lagos, jardines de infancia, recuerdos. Estamos a punto de rompernos porque nos creemos indestructibles como antaño; porque pensamos que somos demasiado grandes para caer, porque confiamos en amigos que nunca ocultaron sus puñales, porque somos fáciles como una sonrisa y apenas nos resta la entereza frágil del primer hielo de octubre. Seguimos un camino de baldosas amarillas porque pensamos que realmente existe la ciudad de Oz, porque creemos en la magia. Y aquí sólo queda lo que siempre ha habido: barro en otoño y primavera, ladrillos a la espera de que alguien sueñe una casa abierta pero cálida y segura. Nada caerá del cielo salvo fósforo blanco, bombas de racimo; nadie regalará nada a quien espera la lógica de los regalos mientras se mueve a codazos por las aceras. Por más que conspiremos el universo no forma parte del plan; el pan pesa más que un acorde; un niño siempre estorba en el camino de una perforadora; qué demonios hacen las abuelas que no mueren y dejan paso. Mientras, sigue nevando: apenas podemos abrir los ojos a la ventisca.
2.
Memoria muscular del frío. Pasolini bajo cero. Pasolini llamando burgués a un muchacho que duerme en las aceras. Tres limones españoles que se encuentran en Finlandia tras visitar tres países diferentes. El frío es el silencio de las estrellas. No hay auroras boreales en el café de las gasolineras. El hielo lanza un martillo bajo nuestros pies y todo tiembla. Un cuadro de fractales va creciendo en la ventana cada noche blanca de luna blanquísima. En el día la urdimbre del cristal a modo de juncos de vidrio: la desinfección gélida se extiende con dedos de vapor. ¿Te seguirá apareciendo tan blanca la nieve de Finlandia, Pasolini, tras la India, tras los indios sucios de la India en Ghana? Desde el cementerio acolchado de nieve se ve el abajo donde descansa el lago helado, donde las cornejas despiezan peces abandonados. El lago respira con su motor de vaho en algunas heridas de bala abriendo su cuerpo de agua. Recorrerlo es sudor y un temblor que avisa con un disparo ahogado lo cerca que estamos de dejar de estar, como una grieta de lápiz sobre un lienzo que se repite cada año. Y si cantas, habrá un cuchillo de hielo sobre los juncos como ciudades rotas de verano que no vuelve. Hay un milano negro muerto y rígido, grande como un glaciar, frente a la puerta de una escuela vacía por vacaciones. Estas líneas no bajan la temperatura de quien llegue a ellas, no tienen preguntas sin respuesta, no albergan nada especial más allá de su propio frío y su sol pálido que muere a las tres, la luz rosada de unos abetos en negativo que cortejan calles y calzadas escoltando los pasos y su crujido de corcho. Somos un bando de gaviotas al andar sobre un mar de hielo roto en el horizonte por un viento de oro sobre las cosas, una especie de cuchilla ocre fundiéndose en azul pastel. Pasolini muerto en la nieve como en la arena de Ostia. Pasolini en el cielo pesado de grises y Medea huyendo en la brisa gélida, huyendo del tiempo de los ejércitos, escapando de las hordas negras de la Alianza Atlántica. Pasolini oráculo del futuro en los ojos del joven lumpenproletariado que lo asesinó a patadas en los cojones: profecía en la lengua cruel del olvidado que derrapa coches en cada espacio abierto del planeta cada viernes, cada sábado a la noche, porque lo dicta el mercado de la globalización reaccionaria que nos devuelve al pasado y su violencia. Ver es creer, pero despacio. Despacio como la nieve y con la seguridad de un cielo que no mute en el frío. Pasolini recuerda a Calderón y España en las orillas gélidas que crujen y el lago es un tambor que suena a guerra cuando los perros ladran –seguros en sus cadenas– a las puertas de Rusia. Ahora hay un misil cruzando llanuras de nieve, hileras de abedules congelados y la guerra parte la materia del mundo como se parte una granada de zumo carmesí. La luz se ha ido cuando llega. Aparece casi como un recuerdo de sí misma. Como diciendo: “Eh, esto podría ser; esto he sido. Así me recordaréis, acaso me soñáis así a veces. A veces todo lo que soy es este no ser, es todo lo que deseáis, de tal modo que todo será perfecto, todo sería tranquilo y podría dormir: el tiempo parado sin explosiones, bala alguna, gritos olvidados… un caminar despacio que no deje huellas de sangre en la nieve”. Atrapamos el azul, aferramos el azul aterido, como si una mano fuera, una oportunidad, el saber un camino al azul, tan pálido y glacial… Asimos el azul como lo hace una nube: el afán de olvidar y detener los pasos y los besos, esperando que no caigan las hojas que ya han caído semanas atrás. En la llanura helada se esconden fracturas que no cubre el mercurio. Pasolini podría aquí mirar bien a lo lejos y seguir todo estando cerca y congelado. Miramos un mundo gélido con ojos donde tintinean perlas de cristal blanco y opaco. El paisaje es una cinta nívea, regular, circula y oscila en horizontal, discurre paralela al tiempo de los arrabales de Roma o Milán a través de la ventisca. En los copos de nieve como aves raudas y breves el mismo calor de las playas de Ostia, el de la poesía de un objetivo y su óptica. El golfo de Finlandia se cuartea en una dermis blanca y crujiente. Quizá haya algas entre las grúas, al salir tropezando de las cafeterías, al topar con la nieve sucia de coches, al resbalar en la sangre pegada a las ruedas de un Alfa Romeo en fuga. El hijo de un padre bien colocado, bien ribeteado en la columna italiana de metal tan antiguo; el hijo menudo y fibroso que apenas arroja sombra sobre una llanura de cáscara de huevo. Apenas arroja sombra; ese apenas arrojar es suficiente para que tiemble el mundo con su claroscuro tan sutil y quirúrgico. La vida es una trilogía que cruza las edades como una ráfaga polar sobre las aguas que configuran esta meseta helada. En esa suerte de imperceptible oscuridad, que acaricia los rostros y adentro, una prostituta huye del sol para no proyectar su sombra. Cuando cae la enésima capa alba, la repetida nevada, la nueva helada, los chicos del arroyo —con sus vidas de violencia— aunque no tienen zapatos se deslizan colina abajo sobre la nieve, aplastada como el cuerpo de Pasolini, que quiso tanto los cuerpos jóvenes en el frío antiguo. Se dejan caer los jóvenes niños del lumpen entre carcajadas y navajas porque la borrachera dura pero no lo suficiente, aunque el sol rojo no asome tras su mirada arrastrada y suicida, sin metas, sin ciclos, sin solución, sin pronóstico que no sea una nueva jornada en el negativo del termómetro y el celuloide. Pasolini registra todo a treinta bajo cero, todo queda guardado en sus pupilas dilatadas mirando al cielo y a la tierra, todo descansa en secreto para siempre en su cuerpo que reposa tan desmenuzado tanto en Karelia como en el Lazio. Pasolini conoce la nieve que desconocemos. Pasolini y la nieve siempre ya.
3.
Si se llama activista probablemente esté desactivando algo. Hacer progresar el orden de las cosas sigue siendo mantener el orden de las cosas, porque toda ley tiene su trampa congénita y consigue apagar así el fuego. Dar un paso con valentía autorizada y papeles en regla en un terreno incógnito que en realidad ha sido parcelado en subasta tras talar sus bosques. Todos esos posmodernos que temen al socialismo, ¿qué harían con sus versos de quejas bajo el capitalismo si el capitalismo desapareciera? Son los primeros en la línea de batalla contra el rojo: porque la libertad, porque la autoridad; y en realidad lo que desean es seguir viviendo muy bien bajo el capitalismo para quejarse de que el capitalismo no funciona. Reivindican a Lorca con furia, porque no fue Alberti ni Hernández, porque no le dio tiempo a renegar de una revolución, porque están tan cómodos en el vaho, y se sienten tan violentos pisando la tierra..
4.
La desaparición de las luciérnagas, del zumbido de las abejas, entre los charcos de pis en este vagón de metro. Afuera la nieve y la jungla. Arriba el exceso lumínico y el reconocimiento facial de las inteligencias artificiales en una guerra tan lenta que no la percibimos. Una guerra donde no sabemos qué hacer con los muertos, esos que admiramos y quisimos: ¿Dejarlos con nosotros? ¿Resucitarlos? ¿Que descansen para siempre? Y no, todas las novelas de Hemingway no equilibran su balanza con la sangre de criaturas inocentes pesando tanto. Cómo hablar del peso de una época si sólo alcanzamos a ver una parte de esta calle desde nuestras ventanas. Todo era más fácil antes, todo más sólido: el pan, los obreros… El futuro era mejor antes porque no estábamos entonces.
5.
Todo lo que soy cada día es producto de un conflicto: ando por no olvidarme, leo para no perderme, levanto pesos terribles para olvidar lo ligero de todo, pienso toda una música para ahogar el ruido. Vendo mi biblioteca para hacer más fácil una mudanza que nunca termina de llegar. Brindo este sol al pasar de la vida y las puertas que nos ofrece: le brindo esta tarde a un hormiguero hiperactivo y absurdo. Quisiera escapar como Kiko Veneno, hacia el sur, pero es allí donde todo arde. Intento reconciliarme con el mundo en Tati. No me encuentro en este desencuentro entre lo que somos y lo que podemos ser. No veo un camino sino un muladar donde todos ignoran los huesos malolientes y desenterrados al sol. No entiendo esta normalidad donde todo se sacrifica al corto plazo, donde vivimos vidas terribles y dobladas; esto tan cotidiano donde la lluvia es orín. Vivo con la certeza de que el futuro estaba más cerca hace cien años. Avanzo como puedo, forzado entre la inercia y la gravedad. Tengo ganas de que llegue ya la inteligencia artificial donde había camioneros y cerrar así el círculo del absurdo con la certeza de llegar salvo a casa. Escribo estas líneas en la esperanza de estirar el tiempo y que la mecánica siga su curso; olvido que el motor está viciado y el rumbo decidido: este movimiento no nos acerca a ninguna parte. Todo lo que soy es el absurdo del ser.

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releases December 31, 2024

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David San Martín Madrid, Spain

Pongo bases a cosas que escribo y que a lo mejor son poesías. Lo hago a toda leche y sin cuidado, porque mi poesía (?) es punk.
Le robo ideas a Natalia y su mala uva.
Tiro de soundtrap y looplabs.
En mi ansia por pasar a otra cosa no corrijo lo suficiente.
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